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30 abril, 2024
Algoritmos de poder: La IA en el centro de la influencIA corporativa
“Los grandes avances en Inteligencia Artificial se dieron entre los años 60 y 80 del pasado siglo. En los últimos años no he visto nada que me sorprenda”. Esta frase de Marvin Minsky, uno de los padres de la inteligencia artificial (IA), es de 2014, cuando recibió el Premio BBVA Fronteras del Conocimiento. Una década más tarde habría que preguntarle si sigue pensando lo mismo.
En la era de la transformación digital, tras las disrupciones de internet, la telefonía móvil y las redes sociales, le llega el turno a la inteligencia artificial, convertida en herramienta revolucionaria que promete cambiar –ya lo está haciendo– no solo la economía, la política o la sociedad tal y como las conocemos, sino también la forma en la que las organizaciones interactúan entre sí y se relacionan con sus grupos de interés.
En este contexto, los activos intangibles son vistos, cada vez más, como una ventaja competitiva de las organizaciones y como pilares fundamentales para la construcción de valor. Por su capacidad para transformar la opinión pública, los estándares de una industria o, incluso, las políticas gubernamentales, la influencia corporativa es uno de los intangibles más preciados. Y en un momento en el que las alianzas público-privadas, las iniciativas de co-creación y las relaciones institucionales cobran protagonismo, la IA ofrece un potencial sin precedentes para mejorar la capacidad de influencia y el impacto de las organizaciones.
Entonces… ¿Qué puede hacer la IA para lograrlo? ¿cómo puede una organización incorporar la IA en sus procesos de relacionamiento institucional con sus stakeholders para ser más influyente y generar mayor impacto? ¿qué consideraciones y desafíos trae consigo esta nueva influencIA corporativa?
Las nuevas reglas del juego
Si el programa de ajedrez AlphaZero, entrenado con IA, fue capaz de derrotar en innumerables partidas al hasta entonces invencible software Stockfish, si los científicos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) consiguieron desarrollar un fármaco –Halicina– en tiempo récord y bajo coste gracias al uso de una IA entrenada en combinaciones moleculares, o si OpenAI consiguió con su GPT-3 un modelo de IA que, en respuesta a una pregunta podía generar un texto similar a uno humano, entonces, ¿por qué no iba la IA a transformar la manera en la que las organizaciones interactúan con su entorno y sus grupos de interés generando nuevas reglas de juego?
Las organizaciones ya están incorporando la IA a su relacionamiento institucional y, poco a poco, sus bondades son cada vez más evidentes. Buena muestra de ello es la posibilidad que ofrece la IA de estudiar grandes volúmenes de datos legislativos y políticos para identificar patrones y prever el impacto de ciertas decisiones. El uso de estos análisis avanzados y modelos predictivos permite a las organizaciones formular estrategias de influencia más efectivas y personalizadas, anticipando tendencias y adaptándose a los cambios regulatorios y políticos con mayor rapidez.
Es el caso de organizaciones como Fiscal Note, que usa la IA para analizar datos legislativos y ejecutivos con el fin de predecir resultados y ayudar a las empresas a gestionar su riesgo regulatorio, o la European Data Journalism Network, que ofrece análisis sobre cómo las decisiones políticas pueden afectar a los Estados miembros y a la Unión Europea en su conjunto.
Asimismo, las organizaciones reciben ataques informativos y reputacionales a diario. Los sistemas basados en el uso de la IA son capaces de monitorear en tiempo real las discusiones en redes sociales, encuestas, medios de comunicación y foros públicos, entre otros, ofreciendo una comprensión más profunda de la opinión pública y anticipando tendencias y posibles cambios en la ciudadanía.
Este análisis del sentimiento de los grupos de interés, que funciona como un sistema de alerta temprana, permite a las organizaciones adoptar medidas de contención y responder rápidamente a las crisis de reputación –o, incluso, capitalizar el sentimiento positivo– mediante la adaptación de sus estrategias de comunicación, anticipándose a las preocupaciones de los ciudadanos y/o de cualquiera de sus stakeholders, maximizando, así, las probabilidades de éxito en la protección de su reputación. En este sentido, probablemente nos resultan familiares herramientas de escucha social como Brandwatch, Hootsuite o Talkwalker, por referir algunas. Todas ellas utilizan IA para monitorear y analizar las conversaciones de las redes sociales en tiempo real.
Innovación, medición y gestión intangibles
La innovación tampoco puede faltar cuando hablamos de IA y de la aspiración de las organizaciones de mejorar su influencia. Las empresas que son capaces de desarrollar tecnologías innovadoras se encuentran en una posición privilegiada para establecer nuevos estándares en la industria y ayudar al legislador en el diseño normativo, comprendiendo mejor aquello que desconoce y que ya es una realidad.
IBM y Tesla son buen ejemplo de esto. A través de su proyecto watson, y del más reciente watsonX, IBM lleva décadas demostrando el potencial de la IA en una gran diversidad de campos, desde la Sanidad hasta la Educación, y válido tanto para grandes empresas como para PYMEs. Esto ha posicionado a IBM como un líder, un referente de pensamiento en materia de IA, permitiéndole aumentar su influencia en la industria y su capacidad de incidencia en las políticas públicas. Por su lado, Tesla ha utilizado la IA para desarrollar el coche autónomo. Esto no solo está transformando la industria de la Automoción, sino que también está llevando a revisar las leyes de tráfico y transporte en cada vez más países y a prepararse para una solución innovadora de movilidad.
A todo lo anterior cabe sumar la capacidad de automatización de la IA como solución para muchas de las tareas repetitivas y monótonas –aunque no por ello menos importantes– a las que nos enfrentamos los profesionales de los asuntos públicos y que, aunque necesarias, nos restan tiempo. Al automatizar ciertos trabajos rutinarios, la IA contribuye a liberar valiosos recursos humanos para actividades más estratégicas (algunas tan simples, aunque no siempre tan evidentes, como tener tiempo para pensar). La automatización aumenta la eficiencia y reduce los costes operativos, favoreciendo que las organizaciones optimicen la asignación de recursos, consiguiendo llegar más lejos con menos esfuerzo.
Pero si hablamos de activos intangibles como la influencia, la reputación corporativa, la marca o el capital intelectual, entre otros, no podemos olvidar este mantra del filósofo y matemático británico, Lord Kelvin, quien decía que: “Lo que no se mide, no se puede mejorar”. Se trata de elementos clave que contribuyen al valor y ventaja competitiva de una organización, por lo que la medición rigurosa y precisa de estos intangibles es esencial para la toma de decisiones estratégicas y la gestión de riesgos.
La IA, con su capacidad para procesar y analizar grandes volúmenes de datos, ofrece una oportunidad única para abordar y optimizar la medición de intangibles. Los algoritmos de aprendizaje automático pueden identificar patrones y correlaciones en datos que serían imperceptibles para el análisis humano. Esto permite a las organizaciones obtener insights más profundos sobre cómo se perciben y cuál es su impacto en el entorno empresarial.
Los grandes retos de la IA
No podemos perder de vista que no sólo de bondades vive la IA, sino que también se enfrenta a retos significativos en materia de influencia corporativa y medición de intangibles. Cuando el software intangible adquiere capacidades lógicas y, en consecuencia, asume funciones sociales, políticas o económicas que antes se consideraban exclusivamente humanas (junto con otras nunca experimentadas por los humanos), entonces cabe preguntarse tanto por los desafíos éticos que plantea la incorporación de la IA a nuestra sociedad como por su aplicación para lograr una mayor influencia.
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La privacidad de los datos y la transparencia. La IA depende del acceso a grandes cantidades de información. La recopilación, almacenamiento y análisis de datos plantea serias preocupaciones a ese respecto, especialmente cuando se trata de información personal, pues cualquier organización podría aprovecharla para influir en el comportamiento del consumidor o en la manipulación de la opinión pública a través de información falsa o engañosa.
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La IA puede incurrir en propuestas y decisiones discriminatorias, perpetuando los sesgos existentes, si los datos con los que se entrena contienen, por ejemplo, prejuicios históricos o culturales. Esto puede llevar a la formulación de conclusiones erróneas y desembocar en acciones que favorezcan injustamente a ciertos grupos o individuos por encima de otros.
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La concentración de poder en manos de unas pocas organizaciones dominantes con recursos para desarrollar y desplegar tecnologías avanzadas. Esta situación podría generar un desequilibrio importante en la forma de ejercer la influencia corporativa, al colocarse las grandes empresas tecnológicas en una posición privilegiada para promover el diseño y adopción de normas y políticas que favorezcan sus modelos de negocio, con la consecuente merma de la competencia.
Por todo ello, es importante que las organizaciones se guíen en sus acciones por principios éticos de transparencia, justicia, responsabilidad y respeto por la privacidad de los usuarios. Y el primer paso es contar con una regulación adecuada –EE. UU., China y la UE ya lo han hecho, colocando a las personas en el centro– y un diálogo continuo entre los grupos de interés que garanticen un uso ético de la IA en la influencia corporativa.
La colaboración público-privada, palanca clave en el futuro de la IA
En el complejo entorno empresarial actual, marcado por la geoestrategia, la incertidumbre y la fragilidad, los activos intangibles como la reputación y la influencia de una organización son factores críticos que pueden determinar su éxito o su fracaso.
La IA emerge como la herramienta que las organizaciones deben incorporar a sus procesos si no se quieren quedar atrás. Y su aplicación al ámbito de la influencia corporativa deja patente los beneficios que la IA puede aportar a las empresas e instituciones, bien por su capacidad de detectar tendencias, anticipar potenciales escenarios de crisis o reducir los riesgos de un impacto reputacional negativo en la organización, como por su habilidad para mejorar las relaciones con los grupos de interés y diseñar estrategias de comunicación adecuadas que permitan generar un mayor impacto en la sociedad y la economía.
Con todo, sin necesidad de caer en el catastrofismo de Eric Schmidt, exCEO de Google, quien señalaba hace menos de un año que la IA plantea riesgos que se definen como “…muchas, muchas, muchas, muchas personas heridas o muertas”, la implementación de la IA en el relacionamiento institucional presenta desafíos que no se pueden soslayar y cuyo uso debe ser abordado desde la ética, la transparencia y la responsabilidad. Asimismo, es fundamental que se haga sobre la base de un marco normativo que establezca reglas de juego claras y justas para todos. Aunque algunos países y regiones ya han empezado a diseñar límites para el desarrollo de la IA, lo cierto es que, normativamente, aún queda mucho por hacer. En este sentido es necesario ir un paso más allá y dejar, una vez más, que la colaboración público-privada haga su magia, sobre todo cuando se prevé que el valor de mercado de la IA alcance los 2.000 millones de dólares en 2030 y que, para entonces, su impacto represente cerca del 15% del PIB mundial.